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Dos minutos, cuarenta segundos y una trompeta

 

Fotografía © Elvira Megías

El jazz no es una música que guste a todo el mundo. Tampoco le gusta a cualquiera la música culta contemporánea (decir música clásica contemporánea es un oxímoron bastante feo y ustedes me permiten la licencia). Y es que no conocer los códigos que se manejan en las manifestaciones artísticas, sean las que sean, impide disfrutar de ellas.

El buen jazz actual es una música exigente, tanto como preciosa. Pero el oído de muchos no está preparado para escuchar la improvisación de un músico que comienza dibujando el rostro de una mujer, por ejemplo, y no sabemos cómo va a ser eso que trata de describir corchea a corchea, hasta que no acaba de transitar sendas que nos permiten ver con detalle el rostro de una mujer. Dicho así parece muy difícil aunque no lo es. Con el entrenamiento adecuado, escuchando el jazz más clásico para saber de dónde venimos y cómo ha evolucionado, podemos entender muchas cosas y nos terminará gustando el jazz que, a priori, resulta más duro para algunos.

El concierto de Avishai Cohen y Makoto Ozone programado en el ciclo ‘Jazz en el Auditorio’ del Centro Nacional de Difusión Musical (CNDM) ha sido, sencillamente, fabuloso. Es difícil encontrar músicos que sean capaces de dialogar entre sí con la soltura, profundidad y claridad, con la que lo hacen Cohen y Ozone. Sus fraseos son muy diferentes y su idea del jazz se ancla a territorios muy distintos (mientras la música de Cohen nada en el Mediterráneo y coquetea con los ritmos latinos sin taparse nunca; la música de Ozone tiende a cobijarse en las partituras de música clásica para la que el pianista está primorosamente preparado), son músicos diferentes aunque, al mismo tiempo, logran un diálogo que encaja perfectamente, que logra implicar al público, que suena a jazz de altura. La calidez y ese clima introspectivo que generan ambos terminan siendo la clave de una forma de hacer jazz reservada para un puñado de músicos en la actualidad.

Cohen, además de sacar sonidos improbables de su contrabajo y tener un sentido del ritmo casi milimétrico, canta muy bien. En uno de los bises interpretó una versión de ‘Alfonsina y el mar’ que puso el Auditorio del revés (los códigos de esta canción la conoce todo el mundo y la implicación del público fue monumental). Los solos de Cohen fueron intensos y construyeron un universo bello que olía a agua de mar y atardecer.

Fotografía © Elvira Megías

Ozone es un pianista de primera. Es fascinante seguirle por esos territorios en los que busca soluciones expresivas cuando improvisa. La mano izquierda mantiene pulsos acertados y solventes y la derecha (a una velocidad de escándalo) busca matices, colores y alternativas que van completando un cuadro brillante en el que cada nota reposa con delicadeza.

Ambos forman un dúo que gusta y que deja momentos inolvidables. Las notas, y sobre todo los silencios entre notas de ‘Remembering’ se han quedado para siempre en los rincones del Auditorio Nacional de Madrid.  Lo mismo se puede decir de ‘Ever evolving étude’ (dedicada a Chick Corea). Y, por supuesto, de ‘Oberek’ compuesta por Ozone y que levantó al personal del asiento para aplaudir con fuerza.

El concierto fue exigente. Tanto como inolvidable y precioso. Los aficionados al jazz disfrutaron mucho. Los más nuevos encontraron una excusa para echar un vistazo al jazz de todos los tiempos y encontrar referentes.

Un acierto más de Centro Nacional de Difusión Musical (CNDM) que no falla en su programación.

Por cierto, al terminar el concierto seguía siendo de día en Madrid y la luz velazqueña resaltaba los contornos de edificios y árboles convirtiendo la imagen en una postal. Qué bonita es la ciudad a ritmo de jazz.

G. Ramírez

 


El jazz siempre supo acoger todo tipo de músicas para adoptarlas, transformarlas o, sencillamente, convertirlas en algo más de lo suyo. Aunque lo más importante es que los jazzmen han sabido siempre innovar, experimentar, revolucionar su propia música. Regresamos al Harlem de los años veinte para explicar un cambio fundamental en el jazz y cómo existía una clara tendencia a la orquestación y a la composición de música de baile.

En las entregas anteriores veíamos como Duke Ellington se abría paso con su banda y triunfaba. Pero hubo otros músicos excelentes y, además, las big bands no llegaron por arte de magia. El tránsito de la Era del Jazz a la del Swing fue fascinante y sirvió, finalmente, para que todo un país lograse salir de la mayor de las crisis económicas conocidas hasta ese momento. Estados Unidos terminó bailando para olvidar sus desdichas a ritmo de jazz.

Lo que antes era un predominio claro del instrumento y de la interacción entre los diferentes que sonaban en la banda, se fue convirtiendo en una clara tendencia hacia la orquestación, hacia la composición de música de baile. Los años veinte dieron paso a un concepto musical en el que saxos, trompetas, trombones y sección rítmica, buscaban unirse en la partitura para formar un todo armónico. No por ello desaparecerían los solos, al contrario. No por ello la música perdió frescura o libertad, al contrario. Se produjo una gran revolución musical. Una más. Quien crea que la llegada de las big bands fue un proceso natural y obligado, se equivoca.

Fletcher Henderson

Ellington fue pieza clave, pero muchos otros fueron artífices de este gran cambio. Uno de los grandes referentes de la época era la orquesta de Fletcher Henderson.

Henderson nació en Cuthbert (Georgia) en 1897. Licenciado en química y matemáticas por la Universidad de Atlanta. Esta preparación universitaria y refinada, que se repetiría en algunos músicos que trabajaron con él, influyó con toda seguridad en la actitud experimental, sosegada e innovadora que mostraron durante este periodo los que protagonizaron la transición entre épocas. En el caso de Henderson, lo de la química no funcionó y, tras unos primeros pasos en el mundo de la música, realizó una audición en una orquesta de baile del Club Alaban de la West Street. Consiguió una plaza que le permitiría, más tarde, poder tocar en Roseland. Esta era la sala de baile más importante de Nueva York en aquella época. De este modo, Henderson fue reuniendo músicos que pueden tirar de espaldas a cualquier aficionado al jazz si piensa en lo que debía ser aquello. Tomen nota: Coleman Hawkins, Lester Young, Ben Webster, Louis Armstrong, Benny Morton... Son algunos de los que trabajaron en la orquesta de Fletcher Henderson. Un plantel exquisito e irrepetible. Sin embargo, la figura que contribuyó de forma decisiva al cambio fue Don Redman, otro refinado músico que escapaba de las rebeldías sociales o de la vida en los bajos fondos. Henderson dirigiendo, Redman haciendo arreglos y Coleman Hawkins como gran solista (este es el músico que encontró un hueco definitivo al saxo tenor en el jazz) fueron los que comenzaron a cambiar las cosas, a revolucionar una música nueva que, sin olvidar sus raíces, modificaba el rumbo.

Henderson fue aumentando el número de músicos de su banda. Buscaba un sonido más homogéneo. Aunque es con la llegada de Louis Armstrong con lo que todo se acelera. Los arreglos de Redman se tornan más sincopados, más hot; buscan secciones que, aunque independientes, se vayan complementando a base de enfrentarlas una y otra vez. Por su parte (aquí encontramos la influencia de Armstrong), Hawkins gana en seguridad y logra solos fantásticos que marcan la diferencia con cualquier otra orquesta. Lo que antes sonaba parecido a lo que hacía King Oliver, ahora es nuevo, ahora se va separando para conformar una nueva forma de interpretar el jazz. Por ejemplo, el predominio de los clarinetes da paso al de los saxos; seguramente, por su armonía y la menor estridencia. El resto de secciones aumentaba buscando una armonía perfecta, incluida la rítmica (piano, batería, banjo y contrabajo o tuba en los primeros momentos) que iba adquiriendo autonomía. Redman, con sus arreglos, conseguía que las secciones y los solos fueran parte de un todo indivisible.

En 1927 se graba 'Tozo'. El estilo de Redman está perfilado definitivamente. Las coloraturas instrumentales y los ritmos diversos son tan convincentes como los solos. De hecho, la improvisación y la partitura tenían un componente que les dibujaba parecidos: todo sonaba a improvisación. Ese año, Redman deja la banda de Henderson. Llega Benny Carter (Nueva York, 1907).

Benny Carter

Carter era capaz de tocar todo tipo de instrumentos. Incluso cantaba. Aunque se le conoce más por su trabajo como saxofonista contralto, instrumento del que hizo una voz fundamental en el jazz, era un excelente compositor y arreglista. En 1930 demostró que la evolución del jazz dependería en buena parte de su trabajo. Al grabar una versión de 'Keep a song in your soul', las síncopas en cada sección lograban sonidos que ya iban dibujando la llegada de la Era del Swing con claridad.

La música de Benny Carter tenía una enorme relación con el arte vocal. Durante su carrera, tras dejar en 1946 la banda de Henderson, arregló temas para las mejores voces del panorama musical. Sarah Vaughan o Ray Charles, son un ejemplo.

Y para entender todo esto que sucedió, conviene echar un pequeño vistazo a uno de los lugares más emblemáticos de la historia del jazz: The Cotton Club. En ese momento en el que van llegando las big bands, los blancos sienten gran curiosidad por todo lo que hacen los negros. Al mismo tiempo, una gran explosión creativa, sobre todo en la música y en la literatura, hace que los negros aparezcan con fuerza y que los blancos traten de imitar o de enfrentar lo negro desde las artes. Aparecen clubes que ofrecen a los blancos espectáculos realizados por negros. Esto puede parecer un gesto racista y deleznable, entre otras cosas, porque lo es. Sin embargo, visto con perspectiva fue la primera interacción seria entre blancos y negros.

Pues bien, uno de esos clubes es el Cotton Club. Fue fundado por Owney Madden en 1923. Madden era un mafioso que supo detectar el negocio de la música negra. En el Cotton Club había dinero, alcohol y espectáculo. Sirvió para dar oportunidades a músicos muy importantes como, por ejemplo, a Duke Ellington que labró su futuro allí.

Cab Calloway

Cab Calloway fue otro de los músicos que adquirió gran fama en aquel club. Incorporó gran cantidad de temas nuevos y de scat al sonido hot jazz más tradicional. The Cotton Club hacia que el jazz se propagase a velocidades increíbles. Ya no había forma de detener su progresión. Porque el jazz apestaba a dinero.

Por otra parte, Chick Webb, a la batería, revolucionó el ambiente musical del Harlem neoyorkino. En la sala Savoy, otra de las salas emblemáticas, llegó a competir con la banda de Ben Goodman (1937). La expectación llegó a límites improbables. Venció Webb. La orquesta liderada por Webb logró, apoyándose en los arreglos de Edgar Sampson, un enorme éxito.

Las voces femeninas se iban incorporando a las mejores formaciones. Todo era muy popular. El cambio estaba servido. Blancos, negros; hombres y mujeres; esperaban de la música una posibilidad de cambio en sus vidas.

G. Ramírez

 

Un momento de la representación de 'Juan José. / Fotografía de Javier del Real

Tiempo absolutamente primaveral en Madrid. La calima da paso a una borrasca que da paso a un anticiclón que da paso a un temporal de viento que da paso a la calma total. Las flores comienzan a decorar balcones y parques que se resisten a dejar atrás un frío que regresa una y otra vez aunque sin tanta fuerza y constancia. La ciudad claudica a poquitos ante la alegría de unos y otros que no saben si vestir ropa abrigada o ponerse una camiseta de tirantes. Madrid disfruta de su propio amanecer.

El Teatro de la Zarzuela de Madrid es coqueto y está cuidado con esmero. El público va ocupando sus localidades. Se va a representar ‘Juan José’ un drama lírico popular según su autor aunque sería más exacto decir que es una ópera puesto que formalmente lo es. Se estrenó en este mismo escenario el 5 de febrero de 2016, casi cincuenta años después de ser compuesta por Pablo Sorozábal. El libreto es del propio Sorozábal y está basado en la obra teatral de Joaquín Dicenta.

Se levanta el telón y todo lo que vamos a ver es oscuro, gris, feo, casi sin vida. Figuras grises pintadas sobre el fondo del escenario que se confundirán con figurantes vestidos de gris; vestidos y trajes siempre manchados aunque sonría la fortuna tímidamente a alguno de los personajes, una tasca en la que descubriremos almas sufriendo entre una falta de cultura que les impide generar un criterio que vaya más allá de la reacción violenta, de la reacción extrema. El hilo conductor de las vidas que conocemos es un amor penoso al que sigue un ataque de celos que termina humedecido por la sangre, envuelto por la venganza. Vamos a ver cómo los personajes se mueven entre un machismo insultante y sin remedio. El mundo es feo, oscuro. Aunque la música que comienza a sonar es todo lo contrario. Sin embargo, incluso la partitura termina teñida por una forma terrible de ver ese universo. La escenografía es excesiva y no deja títere con cabeza. Y es que incluso los suburbios tienen su propia vida, su propio color y su propia belleza. El director de escena, José Carlos Plaza, sepulta la chispa y la poca esperanza que guarda la partitura.

Luis Cansino (izquierda) y Luis López Navarro. / Fotografía de Javier del Real

Quiero hacer un apunte sobre ese machismo al que me refiero. El libreto es machista en sí mismo y Pablo Sorozábal manejó ideas que hoy no tendrían cabida en ninguna obra. Alguno de sus personajes son machistas recalcitrantes. Por tanto, ese machismo tan grosero no forma parte del universo que crea Sorozábal (que también) y solo eso; es que el texto es machista, un insulto. Ni siquiera la excusa del sarcasmo con el que se dicen algunas cosas podría aliviar este problema.  

La música suena moderna, esta sí que es sarcástica, ágil. Vamos encontrando algunas cosas que tratan de separar esa partitura de lo que era la música de principios del siglo XX. Pero todo se queda a medio camino y no se consigue del todo el objetivo. Porque una escala de tono entero sin una intención clara, sin un sentido que vaya más allá de la forma, se vacía por los cuatro costados. Porque abrir la puerta a la disonancia debe entrañar un riesgo al descifrarlo y un compromiso tanto para el que escribe música como para el que escucha. El verismo está presente de principio a fin y esta obra no deja de ser una vuelta de tuerca a lo dicho con ‘Adiós a la Bohemia’ por el propio Sorozábal. Las reminiscencias flamencas se van escondiendo tras negras y fusas; el chotis reposa en la composición de principio a fin junto a la habanera; recordamos inevitablemente la ópera de Bizet (en el encuentro final de los dos protagonistas, Juan José y Rosa). La partitura no es fácil aunque el director musical Miguel Ángel Gómez-Martínez (siempre pendiente de los cantantes y de la teatralidad) logra que la Orquesta de la Comunidad de Madrid sea capaz de sacar adelante su trabajo. Tal vez la estridencia de algunos instrumentos desdibujen el resultado final.

Carmen Solís (izquierda) y Belem Rodríguez Mora. / Fotografía de Javier del Real

Luis Cansino encarna el papel de Juan José. Lo hace bien. Mejor al cantar que al desplegar el arco dramático que debería dibujar al personaje. Carmen Solís, sin embargo, no tuvo su mejor tarde y escuchamos algo descontrolados los agudos, parecía quedarse sin aire en algunos momentos. En los tonos medios se defiende muy bien, y los graves apenas se escuchan. Alba Chantar (Toñuela) canta bien y resulta creíble con esa mezcla de ingenuidad y pobreza que lleva a su personaje a vivir una realidad casi paralela. Francesco Pio Galasso (Paco) está correcto en todos los aspectos aunque el lenguaje corporal le gasta alguna mala pasada y no se entiende bien lo que dice con esa forma de decirlo. En ‘Juan José’ no hay coro.

Gustó la obra de Sorozábal aunque suena anacrónica.

Al salir del Teatro de la Zarzuela, allí estaban los colores, la esperanza, la parte positiva de la mirada. A pesar de todo, los colores siguen en el mismo lugar. También junto a la miseria, pero luciendo lo que son.

G. Ramírez

El contrabajista Marco Bardoscia y Paolo Fresu. / ©Elvira Megías

La llegada de la primavera invita a la alegría, a tener los sentidos en alerta para traducir la realidad a cualquier lenguaje que ayude a disfrutar, a vivir con intensidad. Y uno de esos lenguajes es, por supuesto, el musical. Con una partitura sonando el mundo es mucho mejor, se entiende mejor y se le piensa mejor. La tarde casi primaveral ha sido un perfecto preludio al concierto que estaba programado en el ciclo ‘Jazz en el Auditorio’ del Centro Nacional de Difusión Musical (CNDM). Desde el mismo instante en que Paolo Fresu Trio se plantaba en el escenario la música se ha convertido en el aderezo necesario para acabar el día de la mejor forma posible.

En cualquier concierto de jazz, siempre resuena la forma de hacer música de los grandes genios, el eco de los sonidos que lograban con sus instrumentos. En este de Paolo Fresu Trio, el 'invitado especial' era Chet Baker, el maravilloso trompetista y cantante, un hombre que tuvo una vida extremadamente difícil y que consiguió hacer una música de enorme personalidad. De hecho, el repertorio que se ha escuchado forma parte del disco ‘Tempo di Chet’, un claro homenaje de este terceto a Baker. Y se ha podido escuchar, gracias a la técnica, su voz en uno de los temas interpretados. No obstante, el piano de Thelonious Monk resonaba sobre el escenario, y la trompeta de Miles Davis también. Si bien es cierto que este trío quiere mostrar su idea de lo que sería su música si Chet Baker pudiera tocar con ellos, el jazz inevitablemente termina siendo la suma de todo lo que ha ido sonando desde Congo Square en el siglo XIX hasta ahora.

Justo antes de comenzar el pianista Dino Rubio ha encendido la lámpara de mesa que se encontraba en el espacio que ocuparía Paolo Fresu. Toda una declaración de intenciones y un aviso claro de lo que iba a suceder a continuación. Y es que el concierto ha sido intimista, introspectivo, cálido, acogedor y muy agradable para cualquier aficionado al jazz, desde luego, y a la música en general.

El piano de Dino Rubio ha sonado solvente. La mano izquierda funcionando como un auténtico martillo pilón y la derecha moviéndose con rapidez endiablada. Rubio improvisa de maravilla y tiene un swing fuera de lo normal. Ha estado a un nivel más que sobresaliente durante todo el concierto aunque al interpretar un tema compuesto por él mismo,  ‘Chat with Chet’, ha sido cuando más alto ha alzado el vuelo.

El contrabajista Marco Bardoscia es un músico poderoso y capaz de construir y aguantar sin problemas una base rítmica de enorme fuerza y robustez sin fisuras. Los solos de Bardoscia suenan desde la raíz del blues más puro.

Por su parte, Paolo Fresu enamora con su trompeta y arrebata con el fiscorno. Para tocar, adelanta la pierna izquierda, atrasa la derecha, y comienza a doblar la cintura hacia delante (sonidos más graves, normalmente) y hacia atrás (agudos) llegando a posturas casi imposibles. Si se sienta, hace exactamente lo mismo. Tiene un sentido musical extraordinario.

Paolo Fresu. / ©Elvira Megías

Pero lo más interesante del concierto y lo que hace que sea importante esta banda es el diálogo que logran mantener los tres instrumentos. Jazz de antro, jazz del bueno, jazz que logra hacer aficionados. La gracia no es que tres grandes músicos demuestren lo que ya sabemos, que hacen buena música; la gracia es que los músicos comiencen en un punto concreto y se dejen llevar por la senda de la improvisación para pintar un cuadro nuevo, desconocido hasta el momento, único; y que lo hagan estableciendo un diálogo que nos permita entender, sentir y disfrutar de la música. En este trío, por cierto, es el pianista el que marca el rumbo y comienza el dibujo. No he podido evitar pensar en uno de los cuadros de Jackson Pollock, en el expresionismo abstracto, aun sabiendo que la música de Paolo Fresu Trio no pisa esos territorios. Y en el mar Mediterráneo sabiendo que sí está en cada rincón de la partitura. Los sentidos son así de incontrolables.

Han dejado buen sabor de boca todos los temas escuchados aunque me quedo con la belleza y la expresividad de ‘The Silence of Your Heart’, lo entrañable de la versión de ‘My Funny Valentine’ y la fuerza de ‘Catalina’ compuesta por el propio Paolo Fresu.

Excelente concierto que sirve de portal a un tiempo de luz.

G. Ramírez

 

Carmen Borrego. / Mediaset

Supervivientes 2024 se ha convertido, poco a poco, en una sucursal del desaparecido Sálvame. Y, francamente, creo que se están cargando un formato que todavía resistía ante la invasión eterna de una telebasura que todo lo quiere para sí.

La quinta gala de Supervivientes se presenta como si fuera un ‘Especial Carmen Borrego’. Que si ella ha sido un desastre y una vergüenza como concursante; que si su hijo se ha separado aunque ya veremos si eso es así o si todo este follón no es más que un montaje burdo que no le interesa a nadie… Ah, sí, que estos se las saben todas: mi separación no interesa, pero si doy una entrevista y pongo a mi madre a caer de un burro todo el mundo se pone frente al televisor, gano una pasta de la publicación y me aseguro estar en boca de los tertulianos más casposos durante un par de semanas como mínimo. Además, se presenta esta gala como un momento demoledor para alguien que no sabe lo que está ocurriendo y que a la que le van a dar la del pulpo. Confieso que pena, lo que se dice pena, no siento. Esto es una fuente de ingresos magra para todos estos elementos.

Jorge Javier Vázquez ya se ha encargado de calentar el ambiente en redes sociales y en pantalla. El poder de este presentador es demoledor. La cadena ya se ha encargado de llevar participantes ‘de la casa’ y vinculados a Sálvame. Todo está listo para que vivamos, cada jueves, un programa de cotilleo casposo, un programa con intervenciones en los platós llenas de violencia verbal y palabras mal colocadas. El disparate está servido.

Supervivientes comenzó siendo un programa extraordinario lleno de emociones. Supervivientes es, ahora, un coñazo más en la parrilla. Y eso es una pena.

Nirek Sabal

 

Andrea fue participante en la última edición de 'La isla de las Tentaciones'. / Mediaset

Durante los veranos que pasé con mi abuela en Toledo, jugué con muchos niños distintos aunque todos vivían en el arrabal de la ciudad. Ya saben, en esa zona periférica de la población en la que la pobreza abunda, la educación y las buenas formas escasean, la supervivencia está por encima de los sueños y los amores te anclan, todavía más, a un territorio del que parece que no puedes escapar hagas lo que hagas. En la época en la que yo pasaba los veranos en el arrabal de Toledo, aquellas casas ya no eran la periferia de una ciudad que había crecido rápido aunque las gentes del barrio seguían arrastrando carencias, miserias y hábitos poco recomendables. Para que se hagan una idea les diré que los chicos del arrabal, de vez en cuando, visitaban un barrio relativamente nuevo y muy popular que se llamó Palomarejos, y que terminó conociéndose como ‘Corea’ dadas las batallas que se produjeron allí con los chicos del arrabal y ‘los coreanos’ como protagonistas. Allí nadie estudiaba, nadie leía un libro, nadie tenía el horizonte más allá de sus propias narices. Y el muchacho de Madrid (yo) era una especie de animal exótico que llegaba desde otra ciudad contando cosas insólitas de la capital. Les fascinaba, sobre todo, escuchar cómo era la Gran Vía (en aquel tiempo aún se llamaba avenida de José Antonio). Y es que el arrabal era un lugar bastante descuidado, bastante peligroso, y bastante poco recomendable para turistas. Parecía una ratonera.

La televisión en España tiene sus propios arrabales. Rincones oscuros, mugrientos y pésimos, que están habitados por personas incultas, agresivas, vacías y dispuestas a cualquier cosa si eso les proporciona un puñado de euros. Eso sí, son muy pintones y se dejan la vida en transitar discotecas famosas, restaurantes en los que se juntan los famosos (suelen ser del montón, tanto famosos como restaurantes, ya se lo voy adelantando) y platós en los que el insulto, el discurso incoherente y faltón o la falta de dignidad son material casi obligado.

A diferencia de los arrabales de las ciudades, el televisivo ha servido de trampolín para un buen número de paletos, iletrados, descamisados, bobos de baba y cerebros de chorlito. Trampolín a la riqueza. Sí, un grupo nutrido de personas que no saben hacer la o con un canuto ha logrado hacer negocios muy beneficiosos por el hecho de aparecer en pantalla dando voces, amenazando con chulería a otro que andaba por allí o enseñando sus partes pudendas. Y, por supuesto, los culpables de que eso sea así son los telespectadores que se convierten en un rebaño tan enorme como peligroso que sigue las directrices de la cadena televisiva (directrices subliminales que funcionan a la perfección).

El brillo del futuro de toda la caterva que participa en realities televisivos es directamente proporcional a su maldad, a la capacidad que tengan para destrozar la vida de otros, a la falta de escrúpulos profesionales (en el caso de los pocos periodistas que forman parte de ese ejército tan vergonzante). En el arrabal televisivo no vende la bondad o la buena sintonía entre personas; lo que funciona es el enfrentamiento verbal lleno de improperios y disparates o insultos. En el arrabal televisivo no se puede conseguir menos con más. Si eres una pobre muchacha paleta e inculta que se casa con un torero famoso tienes la posibilidad de hacer cosas que cualquier otra persona solo puede soñar. O cavar tu propia tumba, todo hay que decirlo.

De los muchachos del arrabal de Toledo, pocos lograron sus sueños. Y los que terminaron consiguiendo sus objetivos tuvieron que trabajar duro. Estudiaron, se esforzaron, pelearon hasta la extenuación porque nada era gratis y nadie les regalaba nada por muy mal que lo estuvieran pasando. Fueron pocos los que lo lograron y muchos más los que terminaron cargando con una vida de mierda reservada a los que nacen en un arrabal. Pero, incluso estos que se esforzaron menos o tuvieron la suerte siempre alejada, tuvieron que trabajar de sol a sol. Algunos terminaron en la cárcel, claro, pero no hay que olvidar que algunos crecen creyendo que eso es algo inevitable y que hagan lo que hagan terminarán pisando la sombra.

Mediaset.

Y es que la vida es esfuerzo, es superación, es dignidad. Y eso para los instalados en la pobreza o en situaciones más acomodadas. Los chicos y chicas arrabaleras no eran mala gente aunque partían con menos posibilidades que otros; se les exigía más y les costaba mayor esfuerzo llegar a la meta. Eran del arrabal, se sentían orgullosos de serlo y trataban de mejorar en muchos casos. Les había tocado ser de un barrio periférico y peligroso.

El arrabal televisivo se elige. El que llega allí es porque sabe que el dinero se recibe a espuertas de los mejores barrios, de esa gente que quiere divertirse viendo cómo se arrancan otros la piel a tiras. El arrabal televisivo es un lugar periférico, peligroso y se convierte en una trituradora de personas. Es un asco y el que vive en él o de él es tan peligroso y tan periférico como el propio entorno. Por mucha marca en la ropa que enseñen, por mucha red social hasta los topes de seguidores; la mugre es mugre aunque se vista de seda.

Luis ‘el colilla’ era uno de esos chicos con los que jugué hace muchos años. Le llamaban así porque se fumaba las colillas que iba encontrando por la calle y le plantaron ese apodo con seis o siete años. Me encontré con él en febrero de 2012 en la plaza de Zocodover de Toledo. Es médico. Se casó con Laura, otra niña del barrio por la que bebíamos los vientos todos. Ella es ingeniera industrial. Tienen 3 hijos. Siguen viviendo en el arrabal de Toledo.

G. Ramírez

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BIENVENIDOS

¡Ya estamos aquí! Y sólo necesitamos de dos minutos y cuarenta segundos de tu tiempo; lo suficiente para llamar tu atención y conseguir que te quedes por aquí un rato más. Jazz, ópera, danza, teatro y televisión serán los temas sobre los que todos diremos aquello que nos parezca pertinente. Lo impertinente nos lo podemos ahorrar. ¡Qué ganas tenía de tenerte tan cerca!

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