Sabina Puértolas e Ismael Jordi. / Fotografía: Javier del Real |
Madrid es una ciudad tan hostil
con los madrileños como amable con los visitantes. Lo cotidiano poco tiene que
ver con lo extraordinario del que llega para disfrutar de la ciudad durante un
par de días o tres. Madrid es un enorme atasco, una ciudad en la que la lluvia
se convierte en una desgracia mientras en buena parte del mundo es una
bendición, Madrid es una trituradora de tranquilidades colectivas. Pero,
afortunadamente, Madrid está lleno de rincones acogedores, de lugares
salvadores que reconcilian con uno mismo y con la sociedad. Uno de ellos es el
Teatro de la Zarzuela de Madrid (todos los teatros lo son).
Ayer arrancaba la temporada y se
respiraba de forma especial. Ilusión, alegría y expectación en cada bocanada de
aire. La ópera ‘Marina’ ha sido la elegida para que este comienzo tenga un
lustre definitivo y la producción que se ha presentado está a la altura de lo
que cualquier aficionado espera. El Teatro lleno, caras muy conocidas en el
patio de butacas, y una actitud casi reverencial del público ante el esfuerzo
de músicos y cantantes.
‘Marina’ es una obra de Emilio
Arrieta que fue creada como zarzuela y que evolucionó hasta convertirse en
ópera. La influencia ‘bel cantista’ es evidente en la partitura y en el libreto
original. Se dice que no tuvo una gran acogida en su estreno (siendo zarzuela)
en el Teatro del Circo de Madrid (1855) aunque esto es bastante discutible si
echamos un vistazo a la prensa de la época. Sea como sea, tras representarse en
toda España y convertirse en ópera, se estrenó con excelente acogida en el
Teatro Real de Madrid (1871). Esta evolución convirtió la zarzuela de Arrieta
en una obra estructurada en tres actos (la zarzuela contaba con dos), con menos
diálogos (algo que dificultaba la comprensión del libreto al no conocer el
perfil del personaje con tanto detalle), añadidos musicales a los recitados
originales, y creación de números o modificación de los que ya estaban (también
se incluyó una sardana, un número bailable, que cerraba el círculo de una
influencia francesa muy considerable). Esa influencia francesa quedó intacta
con un coro esencial, con conflictos amorosos en el desarrollo de la trama,
enredo y final feliz; con una presencia del ‘bel canto’ que Arrieta no ocultaba
con un gran número de notas sostenidas, florituras y saltos en las líneas
melódicas que obligaban, por ejemplo a las soprano, a llegar al escenario con
una técnica depurada y un dominio del timbre importante.
En esta ‘Marina’, la dirección
musical a cargo de José Miguel Pérez-Sierra es chispeante, evocadora o intimista
dependiendo del momento. Acertada siempre y cuidadosa con los cantantes. Los
problemas que presentó la soprano Sabina Puértolas (Marina) al comenzar la
representación parecieron mucho menores gracias a ese cuidado del maestro al
manejar la batuta. Y es que la señora Puértolas tuvo algún pequeño problema de
afinación al comenzar su actuación (insisto, pequeño), cierto descontrol en el
tránsito hasta los tonos más altos y un evidente problema de dicción. A medida
que fue pasando el tiempo, la cantante estuvo más que correcta e, incluso,
brillante en momentos puntuales. Lo de la dicción no se corrigió en ningún
momento. La partitura es muy exigente y cualquier pequeño problema parece
multiplicarse. Ismael Jordi estuvo muy bien desplegando su arco dramático y
cantando. Este es un cantante que ha sabido asentar su voz a base de trabajo y
una técnica trabajada con mimo. Por su parte, Juan Jesús Rodríguez encanto en
la platea. Voz rotunda, grande y controlada en todo el registro. Rubén Amoretti
sin altibajos y más que correcto.
Juan Jesús Rodríguez e Ismael Jordi. / Fotografía: Javier del Real |
La puesta en escena es eficaz y,
sobre todo, muy económica en su propuesta. No se puede ofrecer más con tan poca
cosa. El escenario se aprovecha al máximo; el tránsito de cantantes, bailarines
y figurantes se ordena y no se convierte en una molestia; y todas las aristas
del libreto se superan con solvencia. El problema que mencionaba anteriormente
sobre la peor comprensión por faltar algunos diálogos e intervenciones que se
eliminaron en la conversión en ópera de la obra, se salvan mejor con una
dirección inteligente y cuidadosa con los detalles que regala al público Bárbara Lluch.
He de resaltar un vestuario
estupendo de Clara Peluffo Valentini por su sencillez, por su exactitud casi
quirúrgica al dar forma a un universo como el que Arrieta quiso representar.
Al terminar, esperaba la ciudad
algo más tranquila puesto que ya estaba a punto de echarse a dormir. Y el paseo
fue mucho más agradable que el anterior. Sobre todo porque después de asistir a
un espectáculo tan bien resuelto como esta ‘Marina’ todo se ve desde un prisma
mucho más simpático.
G. Ramírez