Fotografía © Elvira Megías |
El jazz no es una música que
guste a todo el mundo. Tampoco le gusta a cualquiera la música culta contemporánea
(decir música clásica contemporánea es un oxímoron bastante feo y ustedes me permiten la licencia). Y es que no
conocer los códigos que se manejan en las manifestaciones artísticas, sean las
que sean, impide disfrutar de ellas.
El buen jazz actual es una música
exigente, tanto como preciosa. Pero el oído de muchos no está preparado para
escuchar la improvisación de un músico que comienza dibujando el rostro de una
mujer, por ejemplo, y no sabemos cómo va a ser eso que trata de describir
corchea a corchea, hasta que no acaba de transitar sendas que nos permiten ver
con detalle el rostro de una mujer. Dicho así parece muy difícil aunque no lo es. Con el
entrenamiento adecuado, escuchando el jazz más clásico para saber de dónde
venimos y cómo ha evolucionado, podemos entender muchas cosas y nos terminará
gustando el jazz que, a priori, resulta más duro para algunos.
El concierto de Avishai Cohen y
Makoto Ozone programado en el ciclo ‘Jazz en el Auditorio’ del Centro Nacional
de Difusión Musical (CNDM) ha sido, sencillamente, fabuloso. Es difícil
encontrar músicos que sean capaces de dialogar entre sí con la soltura,
profundidad y claridad, con la que lo hacen Cohen y Ozone. Sus fraseos son muy
diferentes y su idea del jazz se ancla a territorios muy distintos (mientras la
música de Cohen nada en el Mediterráneo y coquetea con los ritmos latinos sin
taparse nunca; la música de Ozone tiende a cobijarse en las partituras de
música clásica para la que el pianista está primorosamente preparado), son
músicos diferentes aunque, al mismo tiempo, logran un diálogo que encaja
perfectamente, que logra implicar al público, que suena a jazz de altura. La
calidez y ese clima introspectivo que generan ambos terminan siendo la clave de
una forma de hacer jazz reservada para un puñado de músicos en la actualidad.
Cohen, además de sacar sonidos
improbables de su contrabajo y tener un sentido del ritmo casi milimétrico,
canta muy bien. En uno de los bises interpretó una versión de ‘Alfonsina y el
mar’ que puso el Auditorio del revés (los códigos de esta canción la conoce todo
el mundo y la implicación del público fue monumental). Los solos de Cohen
fueron intensos y construyeron un universo bello que olía a agua de mar y
atardecer.
Fotografía © Elvira Megías |
Ozone es un pianista de primera. Es fascinante seguirle por esos territorios en los que busca soluciones expresivas cuando improvisa. La mano izquierda mantiene pulsos acertados y solventes y la derecha (a una velocidad de escándalo) busca matices, colores y alternativas que van completando un cuadro brillante en el que cada nota reposa con delicadeza.
Ambos forman un dúo que gusta y que
deja momentos inolvidables. Las notas, y sobre todo los silencios entre notas
de ‘Remembering’ se han quedado para siempre en los rincones del Auditorio
Nacional de Madrid. Lo mismo se puede
decir de ‘Ever evolving étude’ (dedicada a Chick Corea). Y, por supuesto, de ‘Oberek’
compuesta por Ozone y que levantó al personal del asiento para aplaudir con
fuerza.
El concierto fue exigente. Tanto
como inolvidable y precioso. Los aficionados al jazz disfrutaron mucho. Los más
nuevos encontraron una excusa para echar un vistazo al jazz de todos los
tiempos y encontrar referentes.
Un acierto más de Centro Nacional
de Difusión Musical (CNDM) que no falla en su programación.
Por cierto, al terminar el concierto seguía siendo de día en Madrid y la luz velazqueña resaltaba los contornos de edificios y árboles convirtiendo la imagen en una postal. Qué bonita es la ciudad a ritmo de jazz.
G. Ramírez