Breve historia del jazz (I): Los esclavos negros y la nueva música
Siempre se habla de Nueva Orleans si se quiere señalar cómo nació el jazz. Sin embargo, en cientos de ciudades y pueblos norteamericanos estaba pasando lo mismo y al mismo tiempo; a principios del siglo XIX, Estados Unidos era un hervidero en el que casi cualquier cosa era posible, podían encontrarse personas de todas las nacionalidades posibles que convivían con enorme naturalidad y respeto. Y, entre ellas, los esclavos negros sobrevivían a un trato atroz e inhumano.
Es necesario apuntar brevemente que los esclavos aprendían
improvisando, vivían en un entorno hostil. Estar lejos de casa a la fuerza y siendo
maltratados sin motivo alguno les convierte en seres en constante movimiento,
en personas que viven a un ritmo diferente y que hacen música a un ritmo
distinto y desconocido. Los sonidos y ritmos ancestrales de África son
conservados en la memoria colectiva de los hombres y mujeres negras que fueron
secuestrados y obligados a tener una vida que no quisieron para ellos nunca jamás. La
improvisación al vivir se traduce y se convierte en sonido. Por otra parte, esa
gran cantidad de personas distintas que podían llegar a convivir en las
diferentes poblaciones se convierte en una especie de esponja que se queda con
lo nuevo, en un ámbito en el que se puede intercambiar y aprender. Todo lo que
sucede se tiñe de mezcolanza y de intenso aprendizaje. El jazz es el producto
de la mezcla de diferentes elementos culturales que antes eran independientes
unos de otros. A este fenómeno de fusión se le llama sincretismo y es el
comienzo del jazz aunque, del mismo modo, del cajún, el blues o el zydeco.
Estos ingredientes fueron esenciales y el perfecto caldo de cultivo para que el
jazz apareciese en escena.
Sea como sea, centremos la mirada en Nueva Orleans, sobre lo que sucedía durante el año 1817. Congo Square se convierte en el lugar en el
que los negros africanos podían bailar y cantar aun siendo esclavos. En el
resto de la ciudad, otros esclavos llegados de las Antillas traen sus ritmos
caribeños. Los llegados de Sudamérica llegan con sus ritmos de trabajo y
eclesiales. Se suman los criollos de color que ponen sobre el
tapete musical un refinamiento musical muy europeo. Jelly Roll Morton (criollo
y pionero del jazz) llegó a decir que «si no se consigue poner dejes españoles
en las melodías nunca se tendrá lo que yo llamo el aliño adecuado para el
jazz». Todo está preparado para que las músicas se mezclen, para que lleguen
las primeras piezas que nos llevarán al nacimiento de una de las formas de
música más importantes de la historia.
Nueva Orleans vive a diario desfiles que se acompañan de
bandas de metal. El Mardi Gras es ya una realidad, la vida de la ciudad se
acelera sin control entre un aumento de la prostitución y el juego sin
precedentes, un desenfreno desconocido hasta entonces y, al mismo tiempo (cosa
muy americana) una religiosidad disparatada (en una esquina rezan los cristianos
y en la parte trasera del edificio se practica el vudú).
Todo este movimiento está muy ligado a otro tipo de híbridos
musicales que fueron dibujando el escenario más propicio para la irrupción de
algo que se estaba elaborando con fuerza. Los minstrel shows o juglares son el
ejemplo más claro. Nacen antes de la Guerra Civil y son ofrecidos por blancos,
pintados de negro, que imitaban a los negros intentando ridiculizar las
costumbres de los esclavos. Pero llegó el momento en que los negros,
aprovechando algunas circunstancias permisivas, hicieron lo mismo en sentido
inverso. Llegó un momento, cuando más aporta al nacimiento del jazz, en que la
cosa de los minstrel shows es compleja. Sería algo así: imitación por parte de
los negros de la caricatura que hicieron de sus costumbres los blancos
(incluyendo la música) que interpretaban hombres blancos disfrazados de negros
y negros disfrazados de blancos. Un híbrido que se proyecta sobre otro nuevo
que es el jazz.
La abolición de la esclavitud permitió que el jazz comenzase a existir. Se produce una explosión enorme de creatividad durante el tiempo que dura lo que se conoce como 'la reconstrucción'. Aunque en 1877, al retirarse las tropas del sur de Norteamérica, la ley blanca regresa con toda su brutalidad para cortar por lo sano todo aquello que representara cierto grado de libertad de la población negra. Nueva Orleans se libra, en un principio, de este cambio tan brusco. Por ello, escapando de las llamadas ‘leyes Jim Crow’, llegan a la ciudad los que creen que tendrán un futuro algo más cómodo. Con ellos, desembarca el country blues.
El blues busca más la estética que la degradación que
manejaban los juglares. Es una música muy elástica y ya es totalmente
americana. A diferencia de lo que siempre se ha creído, el blues no es triste.
Al contrario, es una forma de escapar de la tristeza. Es pariente de los cantos
de iglesia. Toda la música americana se teñirá de blues. Incluido el jazz.
Actualmente, el blues nos lleva hasta una forma exacta en
segmentos de doce compases que reposan en armonías de tónica, dominante y
subdominante en los que dominan las llamadas blue notes.
Este country blues evoluciona hasta lo que se conoció como
blues clásico y en el que el predominio de las mujeres fue absoluto. Las
cantantes femeninas desarrollaron grandes diferencias entre sexos como tema
central. La conciencia femenina en asuntos de amor se hacía patente en la
música.
Aunque el jazz se ha mostrado más voluble y más abierto a cambios sorprendentes y el blues se ha mantenido firme en sus primeras estructuras, la relación entre blues y jazz ha seguido siendo muy estrecha. A veces, la pregunta es dónde acaba el blues y dónde comienza el jazz.
En 1890,
llega a Nueva Orleans un tipo de música que se uniría en ese comienzo del jazz
a todo lo demás. Llega el ragtime. Alegre, fresco, sincopado, de la mano de los
pianistas negros. Comienza a escucharse y a bailarse. Es el arquetipo de música
revolucionaria. Edward Buxter llegó a decir que el ragtime era la «síncopa
alocada». No todos entendían su significado.
Ya estaba todo listo para que el jazz apareciese y se
convirtiera en un tsunami brutal que arrasaría con la idea de música imperante.
G. Ramírez
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