La escucho. 'Sleep on the Floor' de The Lumineers, un lugar en el que siempre estoy.

La escucho desde que tengo dieciséis años, desde que aprendí a escribir y a leer mal, porque a hacerlo bien lo estoy intentando ahora.

Van a hacer diez años desde que una canción guarda mi vida, que se traduce en esas ganas de ponerse a correr cuando el campo está muy verde o de reventarse contra las olas cuando el mar es azul y naranja, mientras lloro por dentro.

Van a hacer diez años, desde que me di cuenta de que quería tenerla encima siempre, de que quería vivir la vida con dientes y dolor de rodillas por caerme cuando más quería crecer.

La escucho y sé en qué calles la guardo y entonces camino sobre ellas.

Está en Avenida Séneca, y allí como si de una proyección se tratara dos personas se mueven desordenadas pero juntas, y en una habitación del segundo piso, una sola luz y un poco de humo salen por la ventana de alguien que cree que frente a ella no hay ninguna acera de elefantes.

Por la acera de elefantes también está. En el reloj de la estación de Cais do Sodré, al lado de un hombre que leía 'El Viejo y el Mar'; ahí se encuentra un grito que no ha decidido si resignarse y cavar o rebelarse contra la muerte, pero que solo sale cuando llueve de noche y el suelo se llena de estrellas.

Pero sobre todo está en el marco que le hace mi ventana al Castillo de Bellver, y bajo él, en una caja repleta de cairel con todos mis trozos, con todas las que he sido y las que no pude ser.

La escucho desde que tengo dieciséis años, desde que ese cairel se llenó de nombres y de caras de las que hay días que ni me acuerdo, pero que en algún momento estuvieron tan afiladas que fueron capaces de rasgar mi piel.

La escucho y tú no estás, y supongo que es por eso por lo que es mi canción favorita.

Marichu Marti