Los personajes que marcaron la intrahistoria han sido necesariamente ambiguos, inmorales. A menudo se obvia lo destacado de su formación, cuando se les recuerda solo por un instante, un día, el de una hazaña o un hecho nefasto. El hombre que mató a Rasputín nació en el privilegio de la exclusividad y la elevación social, se deformó en el vicio y la elegancia, pero supo continuar hasta la muerte con su excepcionalidad de ser único. Con honor y señorío.
En un ambiente de bárbaro
esplendor creció el príncipe Félix
Yusúpov como un joven caprichoso e impredecible, que llevó a sus padres a la
desesperación cuando vieron desfilar, uno tras otro, a los sucesivos tutores
contratados para intentar disciplinarle, hasta que decidieron su ingreso en un
internado.
En torno a los doce años, Félix
cayó bajo la fuerte influencia del primogénito, Nicolás, y en su último año en
la escuela secundaria comenzó a vestirse de mujer, acompañando a su hermano en
sus salidas nocturnas por San Petersburgo. En una ocasión se travistió junto a
su primo Vladimir Luzúrov, y ambos fueron confundidos con prostitutas en plena
Perspectiva Nevsky por un grupo de borrachos. Para escapar de ellos se colaron
en un local vecino, y empezaron a flirtear con unos hombres de la mesa vecina
que les invitan a un reservado. Saturados de alcohol, y jugueteando con uno de
los collares de perlas de su madre, Félix desafió al resto de la clientela a
acompañarles organizando un tumulto descomunal.
Comenzó entonces a llevar una
doble vida, de día como joven escolar, y por las noches como mujer elegante,
tanto es así que su hermano consiguió que le contrataran -por diversión- en el
Aquarim Club como cantante ligera, con tal éxito que le prorrogaron el contrato
para toda una semana. En la última actuación alguien reconoció una de las
legendarias joyas de la princesa, y se lo comunicó a la familia. El colmo llegó
una noche en la que cuatro oficiales le invitaron a cenar en un reservado del
Bear Restaurant y, en la niebla del champagne, se vio obligado a huir, tras
romper una ventana, después de estar a punto de ser violado.
Los escándalos se sucedían uno
tras otro, circulaban por la corte. Su padre cubierto de vergüenza, le trataba
de rufián, de canalla, y amenazaba con enviarle a una prisión en Siberia.
Tras severos castigos y
reclusiones los hermanos trasladaron sus correrías a Paris. Una noche, durante
una función en el Théatre des Capucines vieron que un caballero les observaba
fijamente con intenciones obvias, y que enviaba de inmediato un ayudante al
palco para informarse por Nicolás de quien era la hermosa dama que le
acompañaba. Cuando se encendieron las luces reconocieron a Eduardo VII, rey de
Inglaterra.
El joven estaba dotado de un gran
encanto, era estiloso y brillante. El que fuera embajador de Francia en la
corte rusa, Mauricio Paleólogo, lo compara en su libro de memorias con un ángel
del Renacimiento. El escritor Gabriel-Louis Pringué dice que era de una belleza
inimaginable, y supone que fue el adolescente más hermoso que haya existido en
el mundo. Sobre su época de estudios en Oxford escribió: 'Rodeado de leyendas,
vivía en una atmósfera de misterio oriental y fantasmagoría que creaban su alto
nacimiento, su considerable fortuna y el lujo de cuento de hadas de su familia
en Rusia'.
Las tendencias homosexuales de
príncipe eran conocidas, y ampliamente aireadas en la sociedad del Petrogrado
prerrevolucionario. Los rumores de sus relaciones con jóvenes oficiales
llegaron a oídos de la emperatriz Alexandra. Parece que su estrecha relación
con el gran duque Dimitri Pavlovitch, primo del zar, un mozo de destacada
belleza, trascendió la relación sexual y sentimental, creando entre ambos una
comunión mística y morbosa, comentada por los allegados, hasta tal punto, que
estuvo a punto de impedir su matrimonio, por la oposición de la familia de la
novia.
Porque en 1914, terminados sus
estudios, Félix se casó con la gran duquesa Irina Alexandrovna, sobrina del
zar, y partieron de luna de miel hacia Egipto y Tierra Santa. Como regalo de
bodas, el príncipe solicitó del zar el uso sin restricciones del palco imperial
en el teatro Marinski, y recibió la concesión, más un saquito de diamantes en
bruto.
El magnicidio de Sarajevo
sorprendió a la pareja de regreso, en Londres. Días después, en el balneario
alemán de Bad Kissingen, muy frecuentado por la alta sociedad rusa, adonde
habían acordado reunirse con sus suegros, los acontecimientos se precipitaron.
Los austriacos bombardearon Belgrado en un intento de detener el movimiento
nacionalista, y Rusia movilizó al ejército en defensa de los hermanos eslavos.
El káiser Guillermo, en aplicación del tratado de mutua defensa, acudió en
ayuda de Austria y lanzó un ultimátum. Se recibió un telegrama de la gran
duquesa Anastasia aconsejándoles abandonar territorio alemán lo antes posible.
Ante la difícil situación política dejaron los baños termales e intentaron
ganar Berlín, pero apenas llegados a la ciudad, el Imperio Alemán rompió las
hostilidades y declaró la guerra a Rusia.
La policía acudió al Hotel
Continental para detener a los príncipes que, acompañados de su séquito y
servidumbre, se encastillaron en una habitación del hotel. Finalmente fue
echada la puerta abajo, todos fueron detenidos y trasladados a comisaría.
Fueron inútiles las gestiones de Irina ante su prima, la princesa coronada
Cecilia, nuera del káiser; y solo las del conde Sumarókov-Elston ante el
embajador de España, que se quedaba a cargo de la representación de los
intereses rusos, dieron como resultado una precipitada salida de Prusia. A la
mañana siguiente se dirigieron a su legación, desde donde una caravana de
automóviles, partió sin protección hacia la estación de Anhalter.
A su paso por las calles de
Berlín la comitiva fue insultada, apedreada, alguno de sus miembros resultó
herido, pero felizmente consiguieron abordar un tren hacia Copenhague donde les
aguardaba la madre de Irina, la gran duquesa Xenia, con la emperatriz viuda,
que se habían visto obligadas a abandonar, también precipitadamente, la capital
alemana sin esperarlos, después de que el tren imperial fuera asaltado por una
multitud enardecida.
La famosa demanda por calumnia
del príncipe a la productora de la película 'Rasputín y la emperatriz', se vio
en los tribunales de Nueva York y sentó jurisprudencia en la materia. Ventas y
recompras de joyas, tres libros de memorias y la colaboración incondicional con
la causa de los refugiados rusos, a los que nunca abandonaron, marcó la vida de
los príncipes en el exilio, tras los años aciagos de la guerra, y la
Revolución.
Instalados en una residencia en
las inmediaciones del Bois de Boulogne abrieron una casa de modas, 'Irfé' –de
Irina y Félix- que terminaría fracasando, como pasó con otros negocios que
intentaron.
En 1939, tras la ocupación de
París, la jerarquía nazi se acercó a los príncipes, y el propio Adolf Hitler
expresó su deseo de entrevistarse con Félix, la idea era preparar un candidato
al trono de Rusia. Yusúpov dejó patente su lealtad a la República Francesa que
le había acogido, y renunció cooperar con Alemania.
Félix, príncipe Yusúpov, conde
Sumarókov-Elston, murió en la cama, en su residencia parisina de Auteil, el 27
de Septiembre de 1967. Había nacido en el palacio familiar de Moika, en San
Petersburgo, el 24 de Marzo de 1887. Ochenta años que cambiaron un mundo por
otro.
Augusto F. Prieto