Jazz para los que no saben de jazz (I). El tono

by - febrero 16, 2024

 


Cuando he preguntado alguna vez a alguien por qué le gustaba el jazz he recibido a cambio respuestas imposibles por su complejidad, otras llenas de florituras, algunas más nada convincentes, o silencio y cara de perplejidad. Dejé de preguntar estas cosas hace ya muchos años sabiendo que la respuesta no está más allá de uno mismo, que hay que buscar en el interior, en el recuerdo, en la emoción que sigue viva por aquello que pasó.

Me gusta el jazz porque escuché un disco. Así de simple. Nada de técnica, de jerga aprendida, de explicaciones maravillosas o libros sobre un músico o una época del jazz. Escuché un disco y el mundo comenzó a girar de otro modo. ¿Les parece exagerado? Pues no lo es. Fue tal la emoción que sentí escuchando la música del trio de Bill Evans (formado por él mismo, el contrabajista Scott LeFaro y el baterista Paul Motian) que todo mi entorno y yo mismo se puso del revés. Quise convertirme en crítico de jazz para poder escribir buscando esos ritmos en la escritura que tanto me entusiasmaron a partir de aquel momento; quise poner una banda sonora a mi vida que estuviera construida sobre esa música que significa libertad. El disco es ‘Portrait in Jazz’ y es una lección de elegancia, de introspección, de diálogo entre artistas (de instrumentos, por tanto); el swing de todos los temas de este álbum es una maravilla (cada nota en su sitio y en el momento justo, cada compás envolviendo un blues ancestral que vive debajo de cualquier buen tema). Y este es un álbum que colaboró decisivamente en el cambio que se produjo en el jazz de la época y que seguimos arrastrando ahora, hoy mismo.

Me gusta el jazz porque me permite pensar el mundo sin ataduras y sin miedos; me gusta el jazz porque el jazz es el universo, su ritmo, su melodía.

Y dicho esto, que es lo elemental y todo lo que les puedo decir sin recurrir a mis apuntes de los libros que he leído o a mis reflexiones como crítico que van más allá de lo que se siente (con ellos siempre he querido divulgar y centrar la atención en asuntos más de escenarios que de consciencia) les intentaré explicar algunas cosas para que vayan descubriendo el jazz como herramienta vital en la vida de millones de personas.

Una recomendación para empezar. Escuche, por favor; la música se debe escuchar. Ya sé que parece de Perogrullo aunque es esencial para entender la música. No olvide nunca que el músico está contando una historia, un sentimiento, un olor, un arrebato… con su instrumento y sólo con él. Escuche y no pierda atención. Por cierto, para escuchar música no existen recetas o fórmulas; no existe un manual para crear gustos. Sólo existen elementos objetivos que pueden prestar su ayuda siendo conocidos. Hablemos, esta vez, del tono de la música jazz. Les transcribo lo que escribí hace algún tiempo sobre este asunto.

‘A diferencia de la música sinfónica, en la que los músicos que integran la orquesta aspiran a crear un sonido bello que se hereda de la tradición o se alimenta de la homogeneidad y una aspiración por conseguir un conjunto musical homogéneo y estéticamente robusto, en el jazz los músicos se pliegan ante criterios personales más expresivos y emocionales. El peso narrativo es absoluto y no obedece a lo que podría decir la partitura de un compositor sino a cómo interpreta eso de lo que se habla por parte del instrumentista. Es decir, la gran diferencia estriba en dónde se coloca la expresividad y dónde la estética.

En el jazz los sonidos son claros, diáfanos y contundentes. No hay un manual ni para tocar ni para cantar. ¿Cómo podría Billie Holliday quejarse, gemir, llorar o sufrir de la forma que lo hacía, si tuviera que seguir instrucciones? ¿Cómo hubiera dicho Parker con su saxo tantas cosas estando arrimado al rigor de una partitura? Es desde la improvisación, desde la absoluta libertad, desde el lugar en el que se construye un sonido único, un tono exclusivo de cada músico. El músico o cantante de jazz siente lo que toca o dice en su absoluta totalidad.

Y aquí es donde encontramos una característica fundamental del jazz: Si el jazz se enfrenta a los estándares de siempre, deducimos, por su verdad, que la belleza no está en la estética sino en la ética. Por tanto, escuchar jazz lleva añadido, no tanto una actitud contemplativa, sino la búsqueda de una belleza que no encuentra en ningún lugar acotado y repleto de normas. En este sentido, el jazz es como la religión: si hay semáforos la cosa no funciona.

Cada músico de jazz forma su propio sonido. Lester Young, por ejemplo, hacía sonar su saxo con un lirismo sensual inigualable; Miles Davis construía su tono desde la lejanía que provoca encontrarse perdido en la realidad, Louis Armstrong tocaba como solo puede hacerlo el que gana la batalla a las adversidades’.

G. Ramírez

You May Also Like

0 comments