‘Adriana Lecouvreur’: El camino que lleva a la realidad
Fotografía de Javier del Real |
La maquinaria de una ciudad como
Madrid nunca se detiene, una ciudad como la capital de España está llena de
vida, de movimiento, de pulsos diversos que van aderezando cada instante. Pero,
aunque esto sea cierto, algunos de esos pulsos se imponen al ritmo normal,
sobresalen sin remedio. El verano remolonea para despedirse del todo, los
primeros vientos frescos soplan nerviosos y la música suena con toda la fuerza
imaginable. Todo se sigue moviendo.
Ha arrancado la temporada de
ópera en el Teatro Real de Madrid y eso no es cosa menor. Los aficionados
habituales y todos aquellos que se han unido a la Semana de la Ópera (el Teatro Real ha celebrado la novena edición del 23 al 29 de septiembre) vuelven a
disfrutar de uno de los espectáculos más formidables que el ser humano ha
sabido crear. Y el pulso que imprime algo así se deja notar porque la cultura
en Madrid en, en sí misma, uno de los engranajes esenciales de la ciudad. Si
añadimos que ‘Adriana Lecouvreur’ del compositor Francesco Cilea (Palmi, 1866 -
Varazze, 1950) ha sido la elegida para este arranque tenemos aseguradas grandes
emociones.
Es la primera vez que la ópera de
Cilea se representa sobre las tablas del Teatro Real de Madrid. Y la producción
firmada por David McVicar (la reposición es cosa de Justin Way) resulta un
trabajo atractivo, elegante, repleto de amor por el teatro más clásico,
funcional y una herramienta más que útil para que el espectador pueda seguir el
hilo que se plantea desde un libreto algo confuso e irregular. Los elementos
que aparecen en la caja escénica van cambiando para convertirse en un escenario
sobre el que se representa ‘Bajazet’ de Racine , en el pabellón
Grange-Batelière, un palacio, o la casa de la protagonista. Y el conjunto marca
una fina línea constante que separa la realidad y la ficción (dentro del propio
escenario y respecto a la platea), una finísima línea que convierte la vida en
una enorme representación en que todos somos personajes de una gran obra y que
dibuja el teatro como la explicación de esa realidad tan enorme, tan eterna.
Realidad y ficción se complementan y están condenadas a nutrirse de forma
recíproca.
El vestuario, la iluminación o la
peluquería, son especialmente llamativos por acertados y se convierten en el aderezo
perfecto.
Brian Jagde (Maurizio) y Ermonela Jaho (Adriana). / Fotografía de Javier del Real |
Por otra parte, la música de
Francesco Cilea es preciosa. Wagner resuena entre las notas acomodadas en la
partitura al son de los últimos coletazos de músicas superadas aunque sin
renegar de ellas (todo lo contrario); el verismo envuelve toda la partitura
sirviendo de pilar fundamental. Y la dirección musical de Nicola Luisotti logra
arrancar a los músicos de la Orquesta Titular del Teatro Real momentos
preciosos. Si bien es cierto todo esto, conviene señalar que Luisotti parece
estar pendiente en exceso de acompañar a la soprano y esto resta algo de brillo
en algunos momentos.
Ermonela Jaho que es la que
interpreta el papel de Adriana, siendo una cantante excepcional por la que el
que escribe siente gran admiración, carece de una voz que le permita transitar
las zonas más graves sin mostrar ciertas carencias. Al contrario, los medios y
los agudos emocionan y quedan resonando durante muchos minutos en las consciencias
de los aficionados.
La mezzosoprano Elīna Garanča, al
contrario, se planta en el escenario con fuerza, sin dudar una sola nota e
imprimiendo un carácter más que necesario para que su personaje crezca y podamos
percibir todos los matices que lleva dentro la princesa de Bouillon. Gustó
mucho.
Elīna Garanča (princesa de Bouillon). / Fotografía de Javier del Real |
El tenor Brian Jagde (Maurizio)
estuvo muy bien aunque tiene un problema de dicción considerable. Sin tener una
voz portentosa, defiende muy bien su papel con un italiano algo pobre. Y el
barítono Nicola Alaimo (Michonnet) está correcto. Su personaje es complejo y
Alaimo no termina de acertar en la búsqueda de los pliegues que deben
explorarse a través de la voz.
El tenor Mikeldi Atxalandabaso (Abate
di Chazeuil) está muy, muy, bien. Divertido, exacto con la técnica vocal,
enorme en el desarrollo del arco dramático de su personaje, y entregado por
completo para que su papel sea redondo.
En conjunto, esta producción que
presenta el Teatro Real resulta un inicio de temporada prometedor. Una muy
buena noticia.
G.
Ramírez
Adriana Lecouvreur
Música de Francesco Cilea. Libreto de Arturo Colautti.
Ermonela Jaho, soprano (Adriana Lecouvreur); Brian Jagde, tenor (Maurizio),
Nicola Alaimo, barítono (Michonnet), Elīna Garanča, mezzosoprano (La princesa
de Bouillon), Maurizio Muraro, barítono (Príncipe de Bouillon), Mikeldi
Atxalandabaso, tenor (Abate di Chazeuil), David Lagares, barítono (Quinault),
Vicenç Esteve, tenor (Poisson), Sylvia Schwartz, soprano (Mademoiselle
Jouvenot), Monica Bacelli, mezzosoprano (Mademoiselle Dangeville). Coro y
Orquesta Titulares del Teatro Real. Dirección musical: Nicola Luisotti.
Dirección de escena: David McVicar. Reposición: Justin Way. Teatro Real, 29 de
septiembre. Hasta el 11 de octubre.
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