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Brad Mehldau. / Fotografía cortesía del artista. |
Después de lo que se escuchó ayer
en el Auditorio Nacional de Música de Madrid, es difícil decir algo que pueda
describirlo, que pueda ser reflejo fiel de la magia que produce la música en
directo, la música interpretada por un artista formidable como es Brad Mehldau.
Sea como sea, lo voy a intentar sabiendo que solo los cientos de personas que
disfrutaron del concierto (la sala sinfónica no estaba llena del todo aunque
había muy pocas localidades libres) podrán decir algún día que fueron testigos
de cómo la magia se disfraza de fusa y puede reposar en cualquier rincón del
planeta.
Brad Mehldau (Jacksonville,
Florida) es el pianista vivo más completo de todos. Ya está dicho. Y aunque
parezca una afirmación extravagante, no lo es. En la música de este hombre
están los clásicos; están Bill Evans, Thelonious Monk o Chick Corea; están
resonando los ritmos pop de The Beatles o de The Beach Boys; están los
distintos lenguajes que se han ido acumulando a través del tiempo, fraseos que
se adaptan a su particular forma de entender la música. Y, también, resuena el
propio Mehldau puesto que es un artista capaz de reinventarse en muy poco
tiempo agarrando lo mejor que logra en cada etapa para ir dibujando un universo
propio, único y, que es este momento, imposible de superar por cualquier otro
pianista.
Mehldau llegaba a Madrid para
interpretar piezas de Gabriel Fauré y (en la segunda parte de concierto) temas propios
con la libre improvisación como registro principal. Este concierto estaba
programado dentro del ciclo ‘Fronteras’ el Centro Nacional de Difusión Musical
(CNDM) como concierto extraordinario.
El pianista interpretó cuatro
nocturnos y parte del Adagio non troppo
del Cuarteto para piano en sol menor, Op. 45, temas integrados en el trabajo
titulado ‘Après Fauré’. Además del homenajeado Fauré (hace cien que murió el
músico francés y este era el motivo de programar el concierto) sobre el
escenario aparecieron Bach, Ludwig van Beethoven, el pop en un puñado de
compases, todo lo que ha ido sumando Mehldau con los años, lo más moderno del
panorama jazzístico. El concierto fue de menos a más en intensidad (la exigencia de la
primera parte por concentrar un romanticismo que tal vez ya no se comprenda con
facilidad lastraba un poco a los aficionados que, creo yo, estaban allí para
escuchar más al jazzman que otra cosa) aunque ya cerca del final del concierto,
a Mehldau le bastaba mostrar un pequeño dibujo construido con trazo fino y
delicado desde su teclado para que el público pidiese con insistencia una
propina más abundante. Cuando acabó de sonar el tema compuesto por Arthur
Hamilton, ‘Cry me a river’ (un standard del jazz) los aplausos ya se habían
convertido en la ovación del año. Brad Mehldau dejó bien claro quién es el que
manda.
La música es magia. Y Mehldau es
el mago que nos acerca a esa zona en la que la experiencia de escuchar se
convierte en única e irrepetible. No hay nada comparable a la vista.
Ayer, después de las casi dos
horas y medio de concierto, Madrid era una ciudad mucho más atractiva, mucho
más acogedora a pesar del frío. Magia potagia.
G. Ramírez