‘La Pasajera’ de Weinberg: Homenaje a la 'mala leña' que no quiso arder

by - marzo 14, 2024

Fotografías de Javier del Real

En Madrid asoma la primavera y dar un paseo por el centro de la ciudad, a pesar de la cantidad disparatada de gente que se acumula en las calles principales, es delicioso. Lo bueno que tiene el Madrid de los Austrias es que se puede callejear para ir de un punto a otro sin sufrir demasiadas aglomeraciones.

El Teatro Real de Madrid se llenaba casi por completo. El estreno en España de una ópera que estuvo apartada del circuito por efecto de la censura de la URSS, primero, y de Rusia, después; ha servido de reclamo para los aficionados. Y, esto lo mejor es decirlo cuanto antes, ‘La Pasajera’ (‘Die Passagierin’) de Mieczyslaw Weinberg ya es la ópera del año, algo que suele ocurrir últimamente con las obras menos reconocidas o más desconocidas de la programación. Operón que debería disfrutar todo aquel que se considere aficionado.

La puesta en escena casa perfectamente en calidad con la obra. En la parte alta del escenario vemos parte de un barco blanco que se aleja de la realidad por su brillo, por el vestuario color crema muy claro de los pasajeros. En el centro una enorme chimenea que baja hasta llegar al mismísimo infierno (parte baja del escenario): Auschwitz-Birkenau. La realidad ajena al horror comunicada con la cara b de la condición humana a través de una chimenea. Más acertado no puede ser. En la parte alta se centra la acción en tiempo presente. En la parte baja, el pasado. Y sobre una estructura móvil, el coro mira con atención lo que sucede, lo cuenta, y juzga, advierte o descubre, como ocurre en la tragedia griega más clásica. Los elementos móviles de la escena no distraen la atención y el director de escena, David Pountney, logra tránsitos cómodos y ordenados durante toda la representación.

El vestuario y la peluquería más que correctos. La iluminación de Fabrice Kebour destaca por ser incisiva, por ser elemento esencial de la producción y por su, muchas veces, originalidad (los operarios manejan los focos desde las torres de vigilancia del campo, y lo hacen con destreza y precisión).

Daveda Karanas y Nikolai Schukoff. / Javier del Real

La angustia, el miedo, la desesperación o el arrepentimiento que quiere expresar el compositor se expanden por todo el teatro desde el primer momento. Una vez que tenemos a una pasajera a la que no podemos ver el rostro (un velo casi opaco lo impide), a una mujer atormentada, a un marido desesperado por su futuro, una religiosidad que sobrepasa el propio judaísmo, y la mentira que oculta un pasado brutal y aterrador, el clima, desde el patio de butacas hasta el paraíso, lo envuelve todo. Nadie mueve un músculo, la atención es proporcional a la acumulación de sensaciones entre el público. Se escuchan frases demoledoras; un miembro de las SS le dice a sus compañeros que los presos del campo son ‘mala leña’ que no dejan que les quemen. Mala leña, seres humanos que no podemos olvidar nunca jamás.

La partitura es magnífica. Es muy clara la presencia de algunos compositores de la antigua URSS aunque la más evidente de ellas es la de Dmitri Shostakovich (al comienzo del segundo acto suenan los acordes de la Suite for Jazz Orchestra No. 2 de este músico; si bien es cierto que algo desestructurados o, más bien, difuminados, pero prácticamente un calco del original en lo esencial). Mieczyslaw Weinberg es capaz de arrastrarnos desde el horror más oscuro a la expresión más bella y lírica del recuerdo (la única pega que se puede poner a la ópera es que esta expresión se alarga en exceso y la intensidad narrativa decae por unos momentos). Precioso el momento en el que Tadeusz se niega a interpretar el vals preferido del nazi asesino y toca la 'Chacona de la partita para violín número 2' de Johann Sebastian Bach sabiendo que acaba de conseguir un billete que le llevará hasta los crematorios del campo. Y patética la escena en la que se desarrolla la fiesta en la cubierta del barco, patética porque todos sabemos que esas fiestas ya nunca pudieron ser lo mismo después de Auschwitz-Birkenau.

Por si era poco, el Coro Titular del Teatro Real de Madrid hace un trabajo espléndido (en castellano, algo que va muy bien con esa idea de coro a la que refería que estando en España toma todo el sentido del mundo).

Y para rematar el éxito, hay que decir que las voces están a una altura sobresaliente. La soprano Amanda Majeski despliega un arco dramático extenso e intenso y demuestra una técnica que hace sonar precioso su timbre que crece en los espacios medios y más agudos. Gustó mucho Anna Gorbachyova-Oglivie que hizo reposar la lírica más sosegada y fina sobre todo el teatro al interpretar una canción popular rusa. El resto, insisto, muy bien.

Mirga Gražinytè-Tyla. / Javier del Real

He dejado para el final decir que es agradable encontrar en la dirección musical a una mujer, Mirga Gražinytè-Tyla, y necesario que su trabajo (como el de decenas de directoras) se valore como algo extraordinario ya que lo es. Ayudó a que la teatralidad se construyese con rotundidad, arropó a los interpretes de principio a fin, encontró matices deliciosos que solo los grandes son capaces de arrancar a la Orquesta Titular del Teatro Real. Decidida, delicada y decisiva.

La función estuvo dedicada a la memoria de José Manuel Llorens, solista de timbales que había fallecido la noche anterior. Descanse en paz.

G. Ramírez

Ficha

Madrid, 13 de marzo de 2024, Teatro Real de Madrid. ‘Die Passagierin-La pasajera. op. 97’ (Mieczyslaw Weinberg). Amanda Majeski (Marta), Daveda Karanas (Lisa), Gyula Orendt (Tadeusz), Stephen Waarts (Tadeusz violinista), Nikolai Schukoff (Walter), Anna Gorbachyova-Oglivie (Katja), Lidia Vinyes-Curtis (Krzystyna), Marta Fontanals-Simmons (Vlasta), Olicia Doray (Ivette). Coro y Orquesta titulares del Teatro Real. Dirección musical: Mirga Gražinytè-Tyla. Dirección de escena: David Pountney.

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