Breve Historia del Jazz (II): El declive de Nueva Orleans a ritmo de ragtime

by - febrero 18, 2024

 


Con la llegada del siglo XX, Nueva Orleans y la nueva música que ya se consolidaba sufrieron un cambio radical. La ciudad se hundía al no poder una corrupción infame y un descontrol general traducido en delincuencia, falta de trabajo y pobreza. Poco después de ese cambio de siglo, los músicos de Nueva Orleans buscan refugio y futuro en ciudades como Chicago o Nueva York. Antes de la gran migración de músicos, Nueva Orleans era el epicentro musical, todo ocurría allí y todo iba preparando el entorno para que Louis Armstrong ocupase la escena e inaugurase una época en la que el solista sería fundamental y el jazz una realidad consolidada.

No se puede comprender la aparición del jazz sin fijar la atención en el ragtime, de forma especial en la música de Scott Joplin, puesto que el jazz se nutre de ese estilo musical y se convierte en lo que necesitaba ser gracias a unas raíces difíciles de aislar. Otro músico esencial para entender el nacimiento del jazz es Jelly Roll Morton que se autonombró padre del jazz y que, sin duda, logró enlazar las distintas tendencias musicales de esa época.

Scott Joplin

Blues y ragtime son los cimientos de lo que hoy conocemos como música jazz. Desde el delta de Mississipi llegaba el blues. El ragtime lo hacía desde Missouri al finalizar el siglo XIX. Ambas tendencias convivían sin que las diferencias fueran del todo claras.

Los pianistas negros interpretaban música divertida a una velocidad de locos, su música se podía bailar. Los pianistas buscaban con su mano derecha la síncopa y con la izquierda unos tiempos poderosos y solventes. El ragtime podía interpretarse al piano aunque eran muy pocos los músicos capaces de hacerse con el control; la melodía sacrificada se trataba de recuperar con las eternas síncopas que aportaban una clara seña de identidad al ragtime.

Pero aparece en escena Scott Joplin y todo se va ordenando de forma deliciosa y las melodías se construyen con toda la delicadeza que se podía esperar. No hay que olvidar que esta forma de interpretar al piano fue una especie de escuela para muchos de los grandes pianistas de la historia del jazz y, por ello, su importancia es especialmente relevante. La popularidad del ragtime fue extraordinaria y con Joplin alcanzó su máxima notoriedad.


Pero Scott Joplin, además del ragtime, dejó firmada una obra fantástica: ‘Treemonisha’. Algunos se han empeñado en calificarla de ópera ragtime aunque de ragtime tiene bastante poco. Joplin dedicó todos sus esfuerzos y sus ahorros a sacar adelante un proyecto que se llegó a estrenar en 1915 con muy poca repercusión. Fue en una sala de Harlem, sin presupuesto para vestuario, ni para decorado, ni para orquestación. Joplin con su piano y los cantantes que apenas habían tenido tiempo para ensayar. Un año después del estreno, Joplin murió a causa de la sífilis. Su ópera volvería a representarse a partir de los años 70.

‘Treemonisha’ incluye obertura y registros propios de la ópera europea (sobre todo italiana). El autor indagó en la música negra más cercana al folclore y, como ya he dicho, el ragtime no resulta fundamental. Tan solo aparece y desaparece como algo casi anecdótico. La ópera se divide en obertura y tres actos. Habla de la superstición como lacra, de los orígenes personales, del liderazgo necesario y cristalino de los que escapan de las magias y se pegan a la realidad.

El que escribe tuvo la gran suerte de encontrarse con ‘Treemonisha’ siendo muy jovencito. Y la marca fue tan profunda que provocó una búsqueda incesante en el jazz y en la ópera que, aún hoy, sigue intacta.

Jelly Roll Morton

Tras el que se considera gran promotor del jazz, Buddy Bolden, apareció en la ciudad un tipo que impulsaría la fusión necesaria de distintos tipos de música para que el jazz fuera una realidad. Jerry Roll Morton. Golfo, mujeriego, jugador, navajero, lucía un diamante en cada diente... y un músico impresionante. No tanto como él cacareaba (venía a decir que era una especie de genio inigualable), pero grande de verdad.

Era criollo y presumía de tener ascendencia europea de gran refinamiento. No era cierto. Lo que si fue verdad es que nunca se mostró amigo de los acercamientos raciales y para él los negros eran otra cosa distinta a lo que era él.

Sus primeros años como músico se localizan en Storyville, es decir, en clubs de alterne y poco más. Fue durante su etapa en Chicago en la que más y mejor compuso. Creó la banda más famosa con la que trabajo: los Red Hot Peppers. Más de cien grabaciones.


Era capaz de cambiar la instrumentación a media canción consiguiendo sonidos extravagantes y preciosos. Aunque el sello de identidad de la música de Morton era el sustento de una frase melódica de doce compases (stop-time) con la que se daba entrada al solista acentuando el segundo y cuarto compás. Sumaba otra melodía de doce compases para escuchar trombón, clarinete y corneta. El clarinete toma el mando en los doce siguientes... En fin, algo maravilloso y nuevo. Con todas las carencias que presentaba Morton; todo hay que decirlo. En algunas de sus piezas, arriesga en exceso y su falta de conocimiento teórico y las carencias de su técnica como pianista, le juegan alguna mala pasada. Las coloraturas se difuminan entre el embrollo; las tonalidades se encuentran huérfanas.

El final de su carrera se aceleró con la llegada de la Gran Depresión. Y, además, el jazz era cosa de los solistas. Louis Armtrong y Duke Ellington ya arrasaban.

G. Ramírez

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